Guardarraíles sin proteger, guillotinas asesinas para motoristas y ciclistas
Mi hijo Zendoa tenía dos pasiones: la moto y la cocina. A los 14 años tuvo su primera moto. Unos años después realizó sus estudios en le Escuela de Hostelería de Leioa. Era muy valorado a nivel profesional como cocinero por su seriedad y buen hacer. Como motorista era igualmente respetado por su forma de conducir y sus compañeros de rodada preferían que fuera en cabeza cuando salían porque les daba seguridad y tranquilidad.
Desde pequeño era activo y sonriente. Cuando apenas tenía un año empezó a hablar…, y ya no calló. Tenía una conversación muy amena, era muy jocoso y muy responsable.
Durante el invierno no salían con la moto por el mal tiempo, la lluvia, el viento, etc. En primavera y otoño salían a media mañana para asegurar que el asfalto estaba ya seco del posible rocío de la noche anterior. La seguridad era muy importante para él.
Aquel domingo soleado y templado, que anunciaba ya la primavera cercana, cogió la moto para dar un rulo con sus amigos. Era la primera salida del año. Hacia mediodía se juntaron unos cuantos e iniciaron la ruta. Nunca pensamos que le pueda pasar algo grave a un ser querido, mucho menos que pueda morir, por eso, cuando después de comer me llamaron para decirme que Zendoa había tenido un accidente, no entendía por qué me decían que fuera a su casa y no hablaban de ningún hospital. Mi hijo estaba herido, tenía que estar en urgencias, en mi cabeza no había más opciones. El pensamiento de su posible muerte estaba bloqueado, no existía, era imposible. Él no, él era un conductor experto, responsable, no hacía el tonto con la moto.
Cuando recibimos una noticia tan atroz no tenemos recursos para procesarla y poder afrontarla porque nos preparan para la vida, no para la muerte. Sientes que una garra bestial te estruja las entrañas y no puedes respirar; gritas como si te estuvieran matando porque, en cierta medida, parte de tu ser muere también con la desaparición de ese ser querido. Y no hay consuelo, nada ayuda a hacer que el dolor disminuya.
Cuando me confirmaron lo que mi ser se negaba ni siquiera a pensar de refilón, el mazazo fue como un tsunami, como la onda expansiva de una explosión nuclear que arrasa con todo, destruyendo sueños, proyectos y deseos. Una agitación tremenda me invadía porque quería ir al lugar del accidente y nadie sabía con exactitud dónde había sido. Y los nervios y la impaciencia me roían por dentro porque lo que quería era ver con mis propios ojos a mi hijo, no terminaba de admitir lo que me contaban, no era verdad del todo hasta que le viera. Solo pude hacerlo dos días después… y a través de un cristal en el tanatorio.
Aquel domingo soleado y templado, que anunciaba la primavera cercana, un guardarraíl sin proteger segó en un segundo la vida de Zendoa cuando volvía de regreso a casa, dejando un profundo vacío por la ausencia impuesta, tremenda, desgarradora. Mi hijo había muerto solo, tirado en la carretera, sin nadie cerca hasta que llegó su primer compañero de ruta y después los demás, la Ertzaintza, la ambulancia…
Hay muchos Zendoas motoristas que han perdido la vida o sufrido graves lesiones, o amputaciones por guardarraíles sin proteger. Vidas rotas, familias destrozadas por no gastar unos euros más en poner biondas SPM o ponerlas en altura, dejando igualmente sin protección las guillotinas que son los postes. Esta es una clase de violencia vial de la que no se habla, pero que existe, está ahí, en todas las carreteras, en las principales, en las secundarias… y en las de nueva creación.
Estoy en esta asociación porque me siento entre iguales, personas que también han perdido a un ser querido en un siniestro. Cada cual con nuestro dolor, nuestra angustia, nuestra añoranza de ese ser o la impotencia ante la no-justicia.
Pero todas juntas haciendo una piña, sintiéndonos comprendidas y arropadas en la tragedia individual, aprendiendo a vivir con la ausencia impuesta. También estoy aquí porque creo que es una causa justa luchar contra la violencia vial, incluida la que se ejerce indirectamente al no mantener en las debidas condiciones de seguridad las carreteras.
Ojalá pudiera devolver el tiempo para verte de nuevo, Zendoa, para darte un abrazo y nunca soltarte, para hacer unas risas mientras charlamos de esto y lo otro. Nunca pensé que doliera tanto, tanto…Siempre en nuestro corazón, en nuestro corazón para siempre.